viernes, 1 de abril de 2011
EL CIEGO Y JESÚS
Leer el Evangelio de Juan, Cap. 9: 1-41.
La escena que nos relata Juan es penosa: dudas artificiosas, discusiones que no acaban, interrogatorios insistentes, críticas, preguntas capciosas, reservas, escrúpulos, controles petulantes.... Una serie de maniobras evasivas para no ver la evidencia, para no ver la luz.
A veces, a nosotros nos pasa algo parecido: nos obstinamos en acumular argumentos para apuntalar de alguna forma nuestras seguridades, para consolidar a cualquier costo (¡aunque hagamos el ridículo!) nuestro propio punto de vista.
Es difícil permitir que se pongan en discusión nuestras ideas, nuestros prejuicios.
A veces hasta las leyes y los reglamentos pueden ser una muralla tras la cual nos resguardamos de la luz «inesperada».
La peor ceguera es la que nos hace ver exclusivamente lo que deseamos ver.
Volviendo al texto del Evangelio, un hecho pequeño frente a una montaña de chismorreos «Sólo sé que yo era ciego y ahora veo».
Ellos tienen el saber, el poder, el lenguaje; manejan con desenvoltura los argumentos doctos. En cambio él no puede apelar a los libros en su favor (¿cómo iba a leerlos si era ciego). Pero posee un hecho, puede apoyarse en una experiencia directa. Se ha encontrado con alguien que, con un procedimiento curioso pero evidentemente eficaz, le ha abierto los ojos.
Los religiosos no saben cómo encuadrarlo en su doctrina, no consiguen que esté de acuerdo con sus teorías, no es ortodoxo, en cambio el que era ciego y ahora ve, permanece sólidamente aferrado a este hecho. Nadie logrará apartarlo de este terreno concreto. No podrán obligarle a que renuncie a su curación, él se encuentra muy bien con su salud recobrada, aunque pareciera que a ellos les gustase que volviera a su ceguera anterior.
Un hecho pequeño opuesto a toda una montaña de discusiones, de sutilezas, de cavilaciones, de chismorreos que no conducen a ninguna parte.
Un modesto saber, fruto de una experiencia personal irrenunciable, que no se pliega ante las amenazas de los incrédulos.
Embrollos, intimidaciones, trampas, burlas, chantaje, desprecio, presiones. Pero él sigue tenazmente aferrado a lo único que sabe. Así debería ser el testimonio del creyente: basado en un encuentro, en un dato experiencial, en un contacto directo con Jesús, quien dijo ser la “luz del mundo”.
Ustedes sigan hablando, sentenciando, debatiendo. Digan lo que quieran. Pero yo veo. Después de ese encuentro mi vida ha cambiado. Ya no soy el que era. He salido transformado.
Cuando te reconocés «ciego de nacimiento», ha llegado el momento de dejarte encontrar por Alguien que te regala la posibilidad de nacer, o sea, literalmente, de abrir los ojos a la luz.
No basta con poseer la vista. Hay que aprender a mirar.
Porque siempre existe el riesgo de ver de forma equivocada, como si fuéramos ciegos incurables, de pasar por alto y despreciar lo que es importante desde la perspectiva de Dios, de promover lo que es inconsistente a sus ojos.
Puede haber acciones buenas, palabras buenas y hasta plegarias que resultan opacas, oscuras, pesadas.
Se tiene incluso la impresión de que algunos cristianos aman, pero con un corazón oscuro y frío.
Sin embargo, un poco de luz podría cambiarlo todo. Una palabra inteligente, un silencio más inteligente todavía, un gesto discreto, una sonrisa cargada de bondad, una mirada serena, para que la vida adquiera claridad.
Es necesario atreverse a «ver claro».
Es necesario, sobre todo, no tener miedo de acercarse a Jesucristo quien dijo: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12).
sábado, 26 de marzo de 2011
LA SAMARITANA Y JESÚS
Evangelio de Juan: Cap. 4: 5-42
Para muchos, Dios resulta algo intrascendente. Se puede vivir tranquilamente sin Él.
Para otros, Dios suele ser un estorbo que nos impide vivir y siempre nos está poniendo trabas.
Para otros, Dios termina siendo un fastidio porque nos impide disfrutar de aquello que a nosotros nos interesa y nos gusta.
Tal vez la culpa no esté en la gente, sino en quienes han presentado un Dios, por una parte complicado y fastidioso y, por otra, un Dios inútil sin el cual se puede vivir tranquilamente y sin mayores conflictos y problemas.
No han descubierto a Dios como el gran regalo que se nos hace.
Ese era el problema de la samaritana que no lograba apagar su sed. Su corazón seguía vacío. Cada día tenía que cargar con su cubo e ir al pozo a buscar agua porque la que tenía en casa se agotaba cada día... Es como una metáfora de lo que le ocurre a quienes no encuentran el verdadero sentido de la vida y lo llenan con sentidos provisorios.
Descubrir a Dios es reconocerlo como un regalo, como el que es capaz de darnos sentido, de hacernos felices, de apagar nuestra sed de felicidad, de apagar nuestras ansias y anhelos de las cosas. En realidad, nuestras vidas podrán tener momentos de alegría y de placer y hasta pasar los días inútilmente, aunque sólo Él es capaz de llenarnos y darnos plenitud. Esto no se logra con simples ideas, sino sólo cuando le abrimos nuestro corazón y dejamos que Él lo llene. Conocer a Dios como don no es cuestión de ideas, es problema de experiencias, de experimentarlo y vivirlo. Hay que hacer la prueba.
DIOS NO DISCUTE SINO QUE DIALOGA
Es curioso el encuentro de Jesús con la mujer de Samaria. No discute con ella. No discute de religión. No discute sobre sus dioses. No discute sobre tantos maridos. Es que discutir es poner al otro en alerta para comenzar a defenderse. Dios prefiere que bajemos la guardia y vayamos abriéndole nuestro corazón. Jesús sencillamente dialoga y lo hace de la manera más sencilla. Es por ese camino que va entrando en ella como el aceite sobre la madera, se va metiendo en su corazón casi sin que ella se entere.
Jesús dialoga sin ofenderse. La mujer comienza muy tiesa, retadora: “¿Cómo tú siendo judío me pides a mí de beber?” Jesús no responde al reto, sencillamente desvía la conversación y la va envolviendo en el misterio de la sed y de la gracia. Tampoco le echa discursos vacíos, sencillamente se mete por las pocas rendijillas que ella deja abiertas. Comienza por la sed, sigue con el agua, la lleva a un agua nueva, a una sed nueva hasta que termina dentro de su secretos. Cuando uno se siente tocado por dentro, comienza a abrirse. Se ve en el diálogo: primero Jesús es un judío, un enemigo, luego pasa a ser “Señor”, luego ya lo ve como un “profeta” y termina reconociéndole como el Mesías.
¿Por qué discutiremos tanto y tan inútilmente? Discutir es distanciarnos más y aferrarnos más a nuestras seguridades.
¿Por qué no dialogaremos más? Dialogar no sobre ideas, sino hablar desde el otro, desde lo que al otro le duele, desde lo que el otro lleva dentro. Entrar dentro del otro sin herirlo sino con amabilidad, con bondad, con respeto y deseos de responder a sus inquietudes. Ese es el verdadero diálogo, ese es el diálogo que nos lleva al encuentro, a bajar cada uno las armas y abrirnos mutuamente el corazón. ¿No podrían dialogar así las parejas? ¿No podrían dialogar así los padres y los hijos? ¿No podríamos dialogar así en nuestras relaciones cotidianas?
LA AUTOSUFICIENCIA ES UN ESTORBO
De ordinario todos caemos, de una u otra manera, en la autosuficiencia. Siempre nos presentamos como superiores a los demás.
Es todo lo contrario a la actitud de Jesús. Jesús no se presenta ante la Samaritana como el que manda, que tiene la verdad, como el que lo tiene todo, se presenta como el “cansado que tiene que sentarse en el brocal del pozo”, como el que tiene sed, el que tiene el agua cerca, pero no tiene cubo. Como el que comienza no predicando ni exigiendo a la mujer, sino como el que se hace débil y comienza no por dar sino por pedir. “Dame de beber.” Resulta curioso que quien es capaz de saciar la sed de todos, pida que le “dé de beber a El”.
¿No podríamos comenzar por preguntar antes de comenzar por dar respuestas?
¿No podríamos comenzar por expresar que también nosotros nos podemos equivocar antes de presentar como los que lo sabemos todo y somos infalibles?
¿No podríamos comenzar por pedir consejo antes de atiborrar de consejos a los demás?
¿No podríamos comenzar por sentir que necesitamos de los demás antes de presentarnos como los que somos indispensables para todo el mundo?
Dios comienza siempre desde abajo. Nosotros nos empeñamos en comenzar siempre desde arriba. Por eso mucha veces nadie nos hace caso. Por eso no llegamos ni al corazón de nuestra pareja ni al corazón de nuestros hijos, ni al corazón de las personas que nos rodean. Es que la autosuficiencia no es el mejor camino para abrir los corazones. En cambio, la sencillez, el sentirnos necesitados, en demostrar que los demás son importantes para nosotros, nos abre el camino del corazón de los demás.
MAÑANA TODO SERÁ DIFERENTE
Mañana todo puede ser diferente si te decides a cambiar. Es tan fácil eso que te basta decir un “sí”.
Mañana todo puede ser diferente en tu hogar, si tú te decides a ser diferente contigo mismo y con los tuyos. No les culpes a ellos de las cosas que pasan. Tú eres el primer responsable de que las cosas no anden y también de que las cosas sean distintas.
Mañana todo puede ser diferente en tu trabajo, "es sólo una cuestión de actitud" como dice la canción.
Mañana todo puede ser diferente, si tú te decides a cambiar y en vez de ser un tipo pasivo que todo lo espera te decides a construir...
Mañana pude ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque mañana tú puedes mirar la vida con ojos distintos, con ojos nuevos, con ojos de esperanza. Mañana puedes mirar las cosas por encima de lo que son, verlas como tienen que ser, y el mundo habrá cambiado.
Mañana puede ser todo diferente. ¿Sabes por qué? Porque hoy Dios es capaz de cambiarte el corazón, cambiarte la cabeza, cambiarte el egoísmo que llevas dentro. ¿Te atreves a dejarte cambiar por Él para que mañana todo sea diferente? Dios tiene la oferta y tú tienes la palabra. Sólo tienes que decirle "sí".
domingo, 15 de agosto de 2010
¿A quién quieres más?
Un amigo le preguntó a una amiga, que estaba con sus cuatro hijos:
-¿A cuál de los cuatro quieres más?
Sin pensarlo dos veces ella le contestó:
-Los quiero a los cuatro igual.
Como le había respondido tan rápido, no se quedó conforme y le volvió a preguntar:
-¿En serio me dices que quieres a los cuatro igual?
-Ajá -dijo ella- eso dije, que los quiero a los cuatro igual.
-Mira -respondió él- eso no te lo creo, es casi prácticamente imposible que alguien pueda querer a cuatro personas de la misma manera, siempre hay alguno al que quiere un poquito más.
A la mujer no le gustó nada que él dudara de su palabra... y después de pensarlo un rato, le dijo:
-Tienes razón, no quiero a los cuatro igual...
Esperó un poco, tomó aire y siguió diciendo:
-...Cuando uno de mis chicos se enferma, quiero más a ese hasta que se cura, ...Cuando uno está triste yo quiero más a ese hasta que se alegra,... Cuando uno está afuera, quiero más a ese hasta que vuelve.
Luego, como hablando con ella misma, agregó:
-Sí, es cierto, yo quiero a mis hijas e hijos igual, ...Pero los quiero a todos más.
Este es el misterio del amor de una madre, quiere a sus hijas e hijos lo mismo, pero los quiere a cada uno más, ¿Te pasa lo mismo?
A Dios también le pasa lo mismo, porque Él ama como una madre buena.
Él ama atodos los seres humanos sus hijas e hijos, igual... pero los ama a todos más. Este es el misterio del amor de Dios.
Él ama a todos los seres humanos, a quienes creó, de la misma manera, pero ama más a quien la está pasando mal, porque está enfermo, desorientado triste, ausente...
Él ama a todo el mundo igual, pero cuando lo necesitas te ama especialmente a ti. Te ama como si fueras la única persona en el mundo.
Él ama tanto a todo el mundo, que envió a su Hijo Jesuscristo para mostrarnos y contarnos de que manera nos ama para que todos los que creen en Él tengan una vida llena de amor.
Jesús habla para todos, pero si le prestas atención verás que es como si te hablara sólo y directamente a ti. Su mensaje es como una carta de amor con tu nombre en el sobre.
domingo, 11 de julio de 2010
EL AMOR DE DIOS
El cristiano dice que Dios es perfecto en bondad y santidad, y que trata a las personas como un Padre/Madre. "Dios es amor", amor santo y paternal/maternal. Jesús enseñó esto. También los profetas Amós y sus sucesores, Oseas e Isaías, enseñaban que Dios era Uno, que era justo, santo y misericordioso. Por su misma naturaleza odiaba el pecado y la injusticia social. Era esencialmente santo, santo y bueno. Jesús edificó sobre esta base. Pero, Jesús recalcaba el hecho de que Dios era como un Padre. El verdadero nombre para Dios ya no era "Jehová", como en los tiempos anteriores, sino "Nuestro Padre". En el arameo, el idioma hablado por Jesús, se decía "Abba". Esta enseñanza se arraigó tan profundamente en la memoria de los discípulos y de los primeros cristianos que se la encuentra en varias partes del Nuevo Testamento.
Los cristianos afirmamos nuestra fe en el Dios Padre/Madre con todo lo que ello implica. El mejor comentario que se pueda encontrar sobre el amor de Dios, es la vida de Jesús. La afirmación característicamente cristiana, en verdad, la única afirmación netamente cristiana, acerca de Dios, es esta: que Dios es semejante a Cristo.
Evangelio de Juan, 10:30: "Yo y el Padre somos Uno"
(Adaptac. del libro de B. Foster Stockell - "Qué podemos creer" - Ed. La Aurora)
domingo, 27 de junio de 2010
SEGUIDORES DE JESÚS
Leamos los siguientes pasajes de la Biblia:
1Reyes 19, 16b. 19-21: Eliseo se levantó y marchó tras Elías
Salmo 15: Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.
Gálalatas 5, 1. 13-18: Vuestra vocación es la libertad
Lucas 9, 51-62: Te seguiré adonde vayas
El primer texto narra la vocación de un profeta, Eliseo. Es un rico campesino. Estaba arando su finca con doce yuntas de bueyes cuando lo encuentra Elías. Éste le echa encima su manto y con esto adquiere sobre él como cierto derecho. Eliseo no sabe negarse; sacrifica la pareja de bueyes con que araba, abandona su familia y se pone al servicio de Dios. Se dan en el caso de Eliseo las condiciones de una vocación especial: llamada de Dios, respuesta a la llamada, ruptura con el pasado y nuevo género de vida al servicio de su misión.
Nunca como hoy el ser humano ha sido tan sensible a la libertad; el ser humano prefiere la pobreza y la miseria antes que la falta de libertad. Pablo dice con relación a este tema: el cristiano es libre: la vocación cristiana es vocación a la libertad, esta libertad nos la conquistó Cristo; la libertad se expresa y alcanza su plenitud en el amor; ante el peligro de que muchos seres humanos caigan en el libertinaje so pretexto de libertad, Pablo les advierte que la verdadera libertad, la que viene del Espíritu, libera de la esclavitud de la carne y del egoísmo.
El tema fundamental del evangelio es la presentación de tres vocaciones. Lucas las coloca en el marco del viaje de Jesús y sus discípulos hacia Jerusalén. Jesús, al que quiere seguirle le exige: despego de los bienes y comodidades materiales, pues el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza; llamamiento de Dios; ruptura con el pasado y el presente, incluso con la propia familia, y seguimiento. Todo esto para que el discípulo quede libre y disponible para poder anunciar el Reino de Dios.
Las lecturas tienen un tema común: las exigencias de la vocación. En ellas descubrimos cómo subyace la necesidad del desprendimiento, de la renuncia, del abandono de las cosas y personas como exigencia para seguir a Jesús. Por eso, no existe respuesta a la llamada para ponerse al servicio del Reino de Dios, en aquellos que anteponen a Jesús condiciones o intereses personales.
El Evangelio nos dice que el desprendimiento exigido por Jesús a los tres candidatos a su seguimiento, es radical e inmediato. Se tiene, incluso, la impresión de una cierta dureza de parte de Jesús. Pero todo está puesto bajo el signo de la urgencia. Jesús ha iniciado “el viaje hacia Jerusalén”. Esta “subida” interminable (que ocupa 10 capítulos en el evangelio de Lucas) no se encuadra en una dimensión estrictamente geográfica, sino teológica: Jesús se encamina decididamente hacia el cumplimiento de su misión.
El viaje de Jesús a Jerusalén no es un viaje turístico. Por eso el maestro exige a los discípulos la conciencia del riesgo que comparte esa aventura: “la entrega de la propia vida”.
Se diría que Jesús hace todo lo posible para desanimar a los tres que pretenden seguirle a lo largo del camino. Parece que su intención es más la de rechazar que la de atraer, desilusionar más que seducir. En realidad, él no apaga el entusiasmo, sino las falsas ilusiones y los triunfalismos mesiánicos. Los discípulos deben ser conscientes de la dificultad de la empresa, de los sacrificios que comporta y de la gravedad de los compromisos que se asumen con aquella decisión.
Por tanto, seguir a Jesús exige:
- Disponibilidad para vivir en la inseguridad: “No tener nada, no llevar nada”. No se pone el acento en la pobreza absoluta, sino en la itinerancia. El discípulo lo mismo que Jesús, no puede programar, organizar la propia vida según criterios de exigencias personales, de “confort” individual.
- Ruptura con el pasado, con las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales que atan y generan la muerte. Es necesario que los nuevos discípulos miren adelante, que anuncien el Reino, para que desaparezca el pasado y viva el proyecto de Jesús.
- Decisión irrevocable. Nada de vacilaciones, nada de componendas, ninguna concesión a las añoranzas y recuerdos del pasado, el compromiso es total, definitivo, la elección irrevocable.
Hoy como ayer, Jesús sigue llamando a hombres y mujeres que dejándolo todo se comprometen con la causa del Evangelio y, tomando el arado sin mirar hacia atrás, entregan la propia vida en la construcción de un mundo nuevo donde reine la justicia y la igualdad entre los seres humanos.
Por otra parte, observamos una nota de tolerancia y paciencia pedagógica en el evangelio de hoy. Un celo apasionado de los discípulos es capaz de pensar en traer fuego a la tierra para consumir a todos los que no acepten a Jesús... Llevados por su celo no admiten que otros piensen de manera diversa, ni respetan el proceso personal o grupal que ellos llevan. Jesús «les reprocha» ese celo. Simplemente marcha a otra aldea, sin condenarlos y, mucho menos, sin querer enviarles fuego.
El seguimiento de Jesús es una invitación y un don de Dios, pero al mismo tiempo exige nuestra respuesta esforzada. Es pues un don y una conquista. Una invitación de Dios, y una meta que nos debemos proponer con tesón. Pero sólo por amor, por enamoramiento de la Causa de Jesús, podremos avanzar en el seguimiento. Ni las prescripciones legales, ni los encuadramientos jurídicos, ni las prescripciones ascéticas pueden suplir el papel que el amor, el amor directo a la Causa de Jesús y a Dios mismo a través de la persona de Jesús, tiene que jugar insustituiblemente en nuestras vidas llamadas.
Una vez que ese amor se ha instalado en nuestras vidas, todo lo legal sigue teniendo su sentido, pero es puesto en su propio lugar: relegado a un segundo plano. «Ama y haz lo que quieras», decía san Agustín; porque si amas, no vas a hacer «lo que quieras», sino lo que debes, lo que Dios amado espera de ti. Es la libertad del amor, sus dulces ataduras.
Nunca como hoy el ser humano ha sido tan sensible a la libertad; el ser humano prefiere la pobreza y la miseria antes que la falta de libertad. Pablo dice con relación a este tema: el cristiano es libre: la vocación cristiana es vocación a la libertad, esta libertad nos la conquistó Cristo; la libertad se expresa y alcanza su plenitud en el amor; ante el peligro de que muchos seres humanos caigan en el libertinaje so pretexto de libertad, Pablo les advierte que la verdadera libertad, la que viene del Espíritu, libera de la esclavitud de la carne y del egoísmo.
El tema fundamental del evangelio es la presentación de tres vocaciones. Lucas las coloca en el marco del viaje de Jesús y sus discípulos hacia Jerusalén. Jesús, al que quiere seguirle le exige: despego de los bienes y comodidades materiales, pues el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar su cabeza; llamamiento de Dios; ruptura con el pasado y el presente, incluso con la propia familia, y seguimiento. Todo esto para que el discípulo quede libre y disponible para poder anunciar el Reino de Dios.
Las lecturas tienen un tema común: las exigencias de la vocación. En ellas descubrimos cómo subyace la necesidad del desprendimiento, de la renuncia, del abandono de las cosas y personas como exigencia para seguir a Jesús. Por eso, no existe respuesta a la llamada para ponerse al servicio del Reino de Dios, en aquellos que anteponen a Jesús condiciones o intereses personales.
El Evangelio nos dice que el desprendimiento exigido por Jesús a los tres candidatos a su seguimiento, es radical e inmediato. Se tiene, incluso, la impresión de una cierta dureza de parte de Jesús. Pero todo está puesto bajo el signo de la urgencia. Jesús ha iniciado “el viaje hacia Jerusalén”. Esta “subida” interminable (que ocupa 10 capítulos en el evangelio de Lucas) no se encuadra en una dimensión estrictamente geográfica, sino teológica: Jesús se encamina decididamente hacia el cumplimiento de su misión.
El viaje de Jesús a Jerusalén no es un viaje turístico. Por eso el maestro exige a los discípulos la conciencia del riesgo que comparte esa aventura: “la entrega de la propia vida”.
Se diría que Jesús hace todo lo posible para desanimar a los tres que pretenden seguirle a lo largo del camino. Parece que su intención es más la de rechazar que la de atraer, desilusionar más que seducir. En realidad, él no apaga el entusiasmo, sino las falsas ilusiones y los triunfalismos mesiánicos. Los discípulos deben ser conscientes de la dificultad de la empresa, de los sacrificios que comporta y de la gravedad de los compromisos que se asumen con aquella decisión.
Por tanto, seguir a Jesús exige:
- Disponibilidad para vivir en la inseguridad: “No tener nada, no llevar nada”. No se pone el acento en la pobreza absoluta, sino en la itinerancia. El discípulo lo mismo que Jesús, no puede programar, organizar la propia vida según criterios de exigencias personales, de “confort” individual.
- Ruptura con el pasado, con las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales que atan y generan la muerte. Es necesario que los nuevos discípulos miren adelante, que anuncien el Reino, para que desaparezca el pasado y viva el proyecto de Jesús.
- Decisión irrevocable. Nada de vacilaciones, nada de componendas, ninguna concesión a las añoranzas y recuerdos del pasado, el compromiso es total, definitivo, la elección irrevocable.
Hoy como ayer, Jesús sigue llamando a hombres y mujeres que dejándolo todo se comprometen con la causa del Evangelio y, tomando el arado sin mirar hacia atrás, entregan la propia vida en la construcción de un mundo nuevo donde reine la justicia y la igualdad entre los seres humanos.
Por otra parte, observamos una nota de tolerancia y paciencia pedagógica en el evangelio de hoy. Un celo apasionado de los discípulos es capaz de pensar en traer fuego a la tierra para consumir a todos los que no acepten a Jesús... Llevados por su celo no admiten que otros piensen de manera diversa, ni respetan el proceso personal o grupal que ellos llevan. Jesús «les reprocha» ese celo. Simplemente marcha a otra aldea, sin condenarlos y, mucho menos, sin querer enviarles fuego.
El seguimiento de Jesús es una invitación y un don de Dios, pero al mismo tiempo exige nuestra respuesta esforzada. Es pues un don y una conquista. Una invitación de Dios, y una meta que nos debemos proponer con tesón. Pero sólo por amor, por enamoramiento de la Causa de Jesús, podremos avanzar en el seguimiento. Ni las prescripciones legales, ni los encuadramientos jurídicos, ni las prescripciones ascéticas pueden suplir el papel que el amor, el amor directo a la Causa de Jesús y a Dios mismo a través de la persona de Jesús, tiene que jugar insustituiblemente en nuestras vidas llamadas.
Una vez que ese amor se ha instalado en nuestras vidas, todo lo legal sigue teniendo su sentido, pero es puesto en su propio lugar: relegado a un segundo plano. «Ama y haz lo que quieras», decía san Agustín; porque si amas, no vas a hacer «lo que quieras», sino lo que debes, lo que Dios amado espera de ti. Es la libertad del amor, sus dulces ataduras.
(Servicio Kononía)
martes, 22 de junio de 2010
¿ESTÁS CON ANSIEDAD?
Leer 2ª Timoteo 1:7
A lo largo de toda la Biblia, Dios nos da evidencias de que muchas personas tienen problemas con la ansiedad, incluso los considerados pilares de la fe. Por ejemplo, podemos deducir que el apóstol Pablo debió de haber sentido temores, puesto que el Señor le dijo: “No temas” (Hch. 18:9).
Sin embargo, el hecho de que el temor es común, no significa que es de Dios (2 Ti.1:7).
Entre las preocupaciones más comunes de la ansiedad están la pobreza, las enfermedades, la vejez, las críticas y la pérdida de un ser querido o de algo preciado para nosotros. Nos resulta difícil abandonar nuestras preocupaciones, aunque Dios dice muy claro: “No temáis” (Lc. 12:7).
¿La razón? Las preocupaciones pueden estar profundamente relacionadas con nuestra manera de pensar. A veces, tenemos patrones de pensamiento incorrectos originados en sentimientos de incompetencia, de un concepto equivocado de Dios o de un sentimiento de culpa. Además de la manera errónea de pensar, las situaciones de angustia pueden llevar al temor. Por ejemplo, alguien cuyo padre haya muerto de repente en un accidente de tránsito, es probable que tenga problemas con la ansiedad. Además, la inseguridad en la niñez puede llevar a una falta de confianza más tarde en la vida.
Cualquiera que sea la causa, la ansiedad hará que quitemos la vista de nuestro omnipotente y amante Padre celestial, y que concentremos nuestra atención en las circunstancias. No es extraño, por tanto, que Dios nos recuerde una y otra vez que no debemos temer; Él quiere que sus hijos se sientan seguros en Su capacidad y fidelidad... ¡La fe echa afuera al temor!
Sin embargo, el hecho de que el temor es común, no significa que es de Dios (2 Ti.1:7).
Entre las preocupaciones más comunes de la ansiedad están la pobreza, las enfermedades, la vejez, las críticas y la pérdida de un ser querido o de algo preciado para nosotros. Nos resulta difícil abandonar nuestras preocupaciones, aunque Dios dice muy claro: “No temáis” (Lc. 12:7).
¿La razón? Las preocupaciones pueden estar profundamente relacionadas con nuestra manera de pensar. A veces, tenemos patrones de pensamiento incorrectos originados en sentimientos de incompetencia, de un concepto equivocado de Dios o de un sentimiento de culpa. Además de la manera errónea de pensar, las situaciones de angustia pueden llevar al temor. Por ejemplo, alguien cuyo padre haya muerto de repente en un accidente de tránsito, es probable que tenga problemas con la ansiedad. Además, la inseguridad en la niñez puede llevar a una falta de confianza más tarde en la vida.
Cualquiera que sea la causa, la ansiedad hará que quitemos la vista de nuestro omnipotente y amante Padre celestial, y que concentremos nuestra atención en las circunstancias. No es extraño, por tanto, que Dios nos recuerde una y otra vez que no debemos temer; Él quiere que sus hijos se sientan seguros en Su capacidad y fidelidad... ¡La fe echa afuera al temor!
sábado, 12 de junio de 2010
TUS PECADOS TE SON PERDONADOS
Leer el Evangelio de San Lucas: Cap. 7: 36-8, 3
En el relato del Evangelio, una mujer -¡y qué mujer!- se atreve a estropear una sobremesa cuidadosamente preparada. La arrogante entrometida no sólo quebranta las leyes de la buena educación, sino que, además, comete una infracción de tipo religioso: un ser impuro no debe manchar la casa de un hombre socialmente puro (un fariseo).
Por un momento Cristo pierde su dignidad de profeta a los ojos de su anfitrión: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando, y lo que es: una pecadora”.
Ante la situación que se ha presentado, Jesús utiliza el recurso de los sabios: el método socrático de inducir la conclusión correcta a partir de argumentos correctos. En vez de corregir a su anfitrión, lo invita a salir de su ignorancia y a reconocer que el verdadero pecador es él; el fariseo que se cree puro.
La mujer, a nadie ha engañado: ha repetido los gestos de su oficio; la misma actitud sensual que ha tenido con todos sus amantes. Pero esta tarde sus gestos no tienen el mismo sentido. Ahora expresan su respeto y el cambio de su corazón. El perfume lo ha comprado con sus ahorros, que son el precio de su “pecado”. Y sin dudarlo rompe el vaso (cf. Mc 14,3), para que nadie pueda recuperar ni un gramo del precioso perfume. Una vez más, el gesto fino y elegante .
Salen aquí a la luz dos dimensiones de la salvación. Por una parte, estalla la libertad propia del amor. En esta comida el fariseo tenía todo previsto y preparado. Pero basta con que una mujer empujada por su corazón entre sin haber sido invitada, y la sobremesa cambia del todo. Por otra parte, el episodio revela la liberación ofrecida por Jesús. El Mesías proclama con sus actos y palabras que el hombre ya no está condenado a la esclavitud de la ley y de una religión alienante. El cristiano es un ser liberado sobre la base de esa fe hecha amor práctico que predica Jesús: “tu fe te ha salvado”.
En la antigüedad las prostitutas eran consideradas esclavas; socialmente no existían. Sin embargo, esta tarde una prostituta escucha las palabras de perdón porque ha expresado su decisión de cambiar de vida. Jesús la libera pronunciando estas palabras: “tus pecados están perdonados”.
(Reflexión extraída de "Servicios Koinonía")
En el relato del Evangelio, una mujer -¡y qué mujer!- se atreve a estropear una sobremesa cuidadosamente preparada. La arrogante entrometida no sólo quebranta las leyes de la buena educación, sino que, además, comete una infracción de tipo religioso: un ser impuro no debe manchar la casa de un hombre socialmente puro (un fariseo).
Por un momento Cristo pierde su dignidad de profeta a los ojos de su anfitrión: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando, y lo que es: una pecadora”.
Ante la situación que se ha presentado, Jesús utiliza el recurso de los sabios: el método socrático de inducir la conclusión correcta a partir de argumentos correctos. En vez de corregir a su anfitrión, lo invita a salir de su ignorancia y a reconocer que el verdadero pecador es él; el fariseo que se cree puro.
La mujer, a nadie ha engañado: ha repetido los gestos de su oficio; la misma actitud sensual que ha tenido con todos sus amantes. Pero esta tarde sus gestos no tienen el mismo sentido. Ahora expresan su respeto y el cambio de su corazón. El perfume lo ha comprado con sus ahorros, que son el precio de su “pecado”. Y sin dudarlo rompe el vaso (cf. Mc 14,3), para que nadie pueda recuperar ni un gramo del precioso perfume. Una vez más, el gesto fino y elegante .
Salen aquí a la luz dos dimensiones de la salvación. Por una parte, estalla la libertad propia del amor. En esta comida el fariseo tenía todo previsto y preparado. Pero basta con que una mujer empujada por su corazón entre sin haber sido invitada, y la sobremesa cambia del todo. Por otra parte, el episodio revela la liberación ofrecida por Jesús. El Mesías proclama con sus actos y palabras que el hombre ya no está condenado a la esclavitud de la ley y de una religión alienante. El cristiano es un ser liberado sobre la base de esa fe hecha amor práctico que predica Jesús: “tu fe te ha salvado”.
En la antigüedad las prostitutas eran consideradas esclavas; socialmente no existían. Sin embargo, esta tarde una prostituta escucha las palabras de perdón porque ha expresado su decisión de cambiar de vida. Jesús la libera pronunciando estas palabras: “tus pecados están perdonados”.
(Reflexión extraída de "Servicios Koinonía")
domingo, 6 de junio de 2010
LAS MANOS DEL CIRUJANO
Una reportera fue invitada por un renombrado cirujano a contemplar la difícil operación que iba a realizar.
Mientras el cirujano llevaba a cabo los preparativos necesarios para la operación, parecía confiado, pero un poco nervioso. Luego, emprendiendo el camino hacia el quirófano, se detuvo un momento e inclinó la cabeza (mientras hacía una breve oración en su interior).
Más tarde durante la operación, sus manos se veían sin nervios … se veían tranquilas …
La reportera expresó su sorpresa de que un cirujano elevara una oración antes de la cirujía y dijo: Yo creía que un cirujano confiaba en su propia capacidad.
¡¡ Un cirujano es solamente un hombre !!, fue la contestación del médico. No puede hacer milagros por sí mismo. Estoy seguro de que la ciencia no podría haber avanzado tanto, si no fuera por algo más fuerte que el solo hombre.
Y después terminó el cirujano diciendo:
¡Me siento tan cerca de Dios cuando estoy operando!
Dice la Biblia en el libro de Jeremías 17:7,8: "Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua,que junto a la corriente echa raíces;cuando llegue el estío no lo sentirá,su hoja estará verde;en un año de sequía no se inquieta,no deja de dar fruto."
Mientras el cirujano llevaba a cabo los preparativos necesarios para la operación, parecía confiado, pero un poco nervioso. Luego, emprendiendo el camino hacia el quirófano, se detuvo un momento e inclinó la cabeza (mientras hacía una breve oración en su interior).
Más tarde durante la operación, sus manos se veían sin nervios … se veían tranquilas …
La reportera expresó su sorpresa de que un cirujano elevara una oración antes de la cirujía y dijo: Yo creía que un cirujano confiaba en su propia capacidad.
¡¡ Un cirujano es solamente un hombre !!, fue la contestación del médico. No puede hacer milagros por sí mismo. Estoy seguro de que la ciencia no podría haber avanzado tanto, si no fuera por algo más fuerte que el solo hombre.
Y después terminó el cirujano diciendo:
¡Me siento tan cerca de Dios cuando estoy operando!
Dice la Biblia en el libro de Jeremías 17:7,8: "Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua,que junto a la corriente echa raíces;cuando llegue el estío no lo sentirá,su hoja estará verde;en un año de sequía no se inquieta,no deja de dar fruto."
martes, 1 de junio de 2010
DIOS NO TIENE LA CULPA
Entre los grandes logros de la humanidad figura el haber logrado derrotar ya dos enfermedades: la viruela en 1979, y la poliomielitis que prácticamente ha desaparecido.
¿Cuántas otras enfermedades podrían suprimirse o frenarse, si en vez de gastar dinero en armas, bombas y guerras, las empleáramos en investigar?
Pero sigue siendo Dios, en la mente de muchos el responsable de las enfermedades, las catástrofes y las muertes que vemos a nuestro alrededor.
Alguno pensará ¿Acaso Dios no nos creó mortales? Sí. ¿Entonces Él no es el responsable de que nos muramos? No. Él nos creó mortales, pero el "cuando" morimos lo fijamos entre todos nosotros, con nuestras actitudes de amor o de odios, de responsabilidad o negligencia.
Por no haber entendido esto, mucha gente vive resentida con Dios, lo acusa de sus desgracias, y hasta lo ha eliminado de su vida.
Ariel Álvarez Valdés - Del libro "Prueba Dios con el sufrimiento"
¿Cuántas otras enfermedades podrían suprimirse o frenarse, si en vez de gastar dinero en armas, bombas y guerras, las empleáramos en investigar?
Pero sigue siendo Dios, en la mente de muchos el responsable de las enfermedades, las catástrofes y las muertes que vemos a nuestro alrededor.
Alguno pensará ¿Acaso Dios no nos creó mortales? Sí. ¿Entonces Él no es el responsable de que nos muramos? No. Él nos creó mortales, pero el "cuando" morimos lo fijamos entre todos nosotros, con nuestras actitudes de amor o de odios, de responsabilidad o negligencia.
Por no haber entendido esto, mucha gente vive resentida con Dios, lo acusa de sus desgracias, y hasta lo ha eliminado de su vida.
Ariel Álvarez Valdés - Del libro "Prueba Dios con el sufrimiento"
viernes, 28 de mayo de 2010
TAN LEJOS PERO TAN CERCA
Miramos a nuestro alrededor y casi siempre estamos rodeados de gente: personas que caminan por la calle, otros en la fila para hacer un trámite, en el subte o el ómnibus, en el edificio o en el barrio en el que vivimos.
Sin embargo, la enfermedad de este siglo es la soledad. La idea de “comunidad” se ha perdido poco a poco, el “compartir” el tiempo, el espacio, se hace cada vez más difícil y el aislamiento crece.
En la cola del supermercado vemos caras aburridas, esperando su turno. De pronto, suena alguna musiquita extraña –extraña para los que estamos acostumbrados al ring-ring del teléfono– y alguien saca un celular y se produce una transformación: una sonrisa, una voz animada, ¡el ansiado contacto humano! ¡Tan lejos pero tan cerca!
Uno entra a un bar, y se encuentra con decenas de personas, casi tocándose las espaldas, pero tan lejos como si estuvieran en otra galaxia. Unos leen el diario, otros miran al televisor que pasa noticias o deportes, pero la mayoría esta “enchufada” a su celular, y las conversaciones se suceden, se superponen, se pierden, en un espacio que nadie puede definir, porque el lugar es tan virtual como real.
Ese aparatito, del que nadie parece poder prescindir, es un elemento útil para la comunicación, pero también un símbolo de poder. Los hay con radio, conexión a Internet, cámara fotográfica, video, posibilidad de conferencia, etc.
Todos parecen tener un celular, hasta aquellos que se oponían, han sido forzados por sus hijos a, por lo menos, recibir llamadas. Los tienen los niños, que ante el temor por la inseguridad, han convencido a sus padres que es mejor estar “al alcance”. Los tienen los adolescentes, que manejan las miles de posibilidades de esta nueva tecnología, y son más expertos que el manual de instrucciones, y que sólo usan los mensajes porque son más baratos. Los tienen los ejecutivos y las amas de casa, y su llamada (desde un simple silbato hasta la más sofisticada ópera) se escucha en los medios de transporte, en los pasillos, en las salas de espera, hasta en el cine y en el teatro, cuando algún olvidadizo lo deja prendido.
¡Tenemos celulares, estamos comunicados!
¿Por qué entones se lo llama a éste el Siglo de la Incomunicación?
La cercanía virtual es eso, virtual. Uno puede decir, “te mando un beso” pero no puede abrazar a través del celular. Uno puede enviar una foto o mostrarle el encantador escenario que lo rodea, pero la felicidad y la belleza, se comparten estando juntos. La tristeza requiere de un abrazo amigo, aunque las palabras consoladoras sean tan agradables y bienvenidas. Todo parece cercano, pero en realidad, qué lejos estamos unos de otros a veces.
He escuchado las conversaciones más increíbles en estos últimos años: en un colectivo de larga distancia, escuché, sin poder hacer nada para impedirlo, una discusión matrimonial, un hijo peleándose con el padre, un empleado desesperado hablando con su jefe, un ama de casa hastiada de su suerte, en fin, detalles casi íntimos que los celulo-amantes parecen tirarnos el viento, sin pudor, y sin que podamos rechazarlos.
No estoy en contra de la tecnología, me gusta el progreso, trato de adaptarme a los usos y costumbres de este siglo asombroso, pero creo que estamos perdiendo muchas cosas irremplazables: la cercanía, la caricia, la mirada, el tiempo y el espacio. En fin, la celulomanía se ha desatado y nada podemos hacer para frenarla, pero la mayor tontería la escuché hace poco, dígame si no suena ridículo.
“Ay, si Dios tuviera celular, que fácil sería hablar con Él”. Si, no se ría, es cierto, hay quienes desearían reemplazar las oraciones con una linda llamada al celular, y… ¡listo!
(Dora Sipowicz)
Sin embargo, la enfermedad de este siglo es la soledad. La idea de “comunidad” se ha perdido poco a poco, el “compartir” el tiempo, el espacio, se hace cada vez más difícil y el aislamiento crece.
En la cola del supermercado vemos caras aburridas, esperando su turno. De pronto, suena alguna musiquita extraña –extraña para los que estamos acostumbrados al ring-ring del teléfono– y alguien saca un celular y se produce una transformación: una sonrisa, una voz animada, ¡el ansiado contacto humano! ¡Tan lejos pero tan cerca!
Uno entra a un bar, y se encuentra con decenas de personas, casi tocándose las espaldas, pero tan lejos como si estuvieran en otra galaxia. Unos leen el diario, otros miran al televisor que pasa noticias o deportes, pero la mayoría esta “enchufada” a su celular, y las conversaciones se suceden, se superponen, se pierden, en un espacio que nadie puede definir, porque el lugar es tan virtual como real.
Ese aparatito, del que nadie parece poder prescindir, es un elemento útil para la comunicación, pero también un símbolo de poder. Los hay con radio, conexión a Internet, cámara fotográfica, video, posibilidad de conferencia, etc.
Todos parecen tener un celular, hasta aquellos que se oponían, han sido forzados por sus hijos a, por lo menos, recibir llamadas. Los tienen los niños, que ante el temor por la inseguridad, han convencido a sus padres que es mejor estar “al alcance”. Los tienen los adolescentes, que manejan las miles de posibilidades de esta nueva tecnología, y son más expertos que el manual de instrucciones, y que sólo usan los mensajes porque son más baratos. Los tienen los ejecutivos y las amas de casa, y su llamada (desde un simple silbato hasta la más sofisticada ópera) se escucha en los medios de transporte, en los pasillos, en las salas de espera, hasta en el cine y en el teatro, cuando algún olvidadizo lo deja prendido.
¡Tenemos celulares, estamos comunicados!
¿Por qué entones se lo llama a éste el Siglo de la Incomunicación?
La cercanía virtual es eso, virtual. Uno puede decir, “te mando un beso” pero no puede abrazar a través del celular. Uno puede enviar una foto o mostrarle el encantador escenario que lo rodea, pero la felicidad y la belleza, se comparten estando juntos. La tristeza requiere de un abrazo amigo, aunque las palabras consoladoras sean tan agradables y bienvenidas. Todo parece cercano, pero en realidad, qué lejos estamos unos de otros a veces.
He escuchado las conversaciones más increíbles en estos últimos años: en un colectivo de larga distancia, escuché, sin poder hacer nada para impedirlo, una discusión matrimonial, un hijo peleándose con el padre, un empleado desesperado hablando con su jefe, un ama de casa hastiada de su suerte, en fin, detalles casi íntimos que los celulo-amantes parecen tirarnos el viento, sin pudor, y sin que podamos rechazarlos.
No estoy en contra de la tecnología, me gusta el progreso, trato de adaptarme a los usos y costumbres de este siglo asombroso, pero creo que estamos perdiendo muchas cosas irremplazables: la cercanía, la caricia, la mirada, el tiempo y el espacio. En fin, la celulomanía se ha desatado y nada podemos hacer para frenarla, pero la mayor tontería la escuché hace poco, dígame si no suena ridículo.
“Ay, si Dios tuviera celular, que fácil sería hablar con Él”. Si, no se ría, es cierto, hay quienes desearían reemplazar las oraciones con una linda llamada al celular, y… ¡listo!
(Dora Sipowicz)
DE RENCORES Y PERDONES
Se llamaba Aurelia. Bueno, en realidad era la señora Aurelia. Por entonces yo comenzaba mi tarea pastoral en España y ella, a sus 78 años, daba sus primeros pasos como creyente evangélica. La señora Aurelia y Ana, su hija, formaron parte de mis primeros hermanos en la fe como pastor en la Iglesia de Villaverde. Granadina de origen, no había hecho en la vida otra cosa que trabajar; y cuando el trabajo faltó en su Guadix natal, se vino a buscarlo a Madrid, al barrio de Villaverde.
La señora Aurelia pertenecía a aquella generación de principios de siglo (debió nacer en el año 1893) a quienes les había sido negada la escuela y que apenas sabían dibujar su firma en papeles que les resultaban del todo ilegibles. De Granada se trajo sus devociones católicas y un "niñojesús" con su canasto, que mantenía con fervor sobre su mesita de luz. El Evangelio llegó a su casa y tocó su corazón y ella lo abrió de par en par; poco a poco, fue dando pasos seguros en el camino de la fe. Cuando a través de la enseñanaza bíblica entendió que a Dios se le adoraba en espíritu y en verdad, arrojó al contenedor de la basura su "niñojesús", sin que fuera necesario que nadie se lo indicara expresamente.
Llevaba un año como creyente fiel, firme en sus creencias, segura en el camino emprendido, cuando un día me dijo: “Pastor, tengo que hacer un viaje muy importante a mi pueblo”. Y no tardó en explicarme el motivo. Tenía que resolver un rencor procedente de la época de la Guerra Civil. Habían pasado ya más de 30 años, pero el Evangelio había removido su conciencia. Una denuncia falsa, un enfrentamiento de familias, un odio reconcentrado y las relaciones rotas con quien, en otro tiempo, había sido vecina y amiga entrañable. Fue al pueblo, enfrentó la vieja enemistad, pidió pedón, resolvió las diferencias y regresó a su casa con la conciencia limpia y el ánimo renovado, dispuesta a seguir poniendo en práctica las lecciones que recibía desde el púlpito, con la misma actitud de obediencia como si de las Tablas de Ley se tratara.
La señora Aurelia hizo suya esa palabra que resume la esencia del Evangelio: perdón. Seis letras en las que se concentra el propósito de la venida de Cristo al mundo; dos sílabas tan solo, que reflejan el amor profundo de Dios hacia la humanidad. Sin esta palabra no podríamos entender el mensaje cristiano; en realidad, todo se reduciría a una mera declaración de buenas intenciones y la obra de Jesús perdería el sentido de trascendencia, de eternidad. Seis letras solamente y su valor supera todos los tesoros del mundo; capaz de restaurar la fe y la vida espiritual; una palabra difícil de entender y mucho más difícil de aplicar.
Pero fijémonos bien en una cosa: la palabra perdón tiene dos dimensiones. Por una parte, está quien tiene que pedir perdón porque ha ofendido a alguien; por otra, aquél a quien habiendo sido ofendido, le es solicitado el perdón. Es cierto que a veces resulta difícil perdonar, pero con frecuencia es aún más difícil pedir perdón. Bueno y necesario es pedir perdón a Dios, pero de nada sirve si antes no se busca y solicita el perdón de aquél o aquellos a quienes hemos ofendido. Pedir perdón no solamente libera la conciencia, sino que ennoblece a quien lo hace. Pero son muchos los que desconocen el valor de esta palabra.
La parábola del “hijo pródigo” y “el padre bueno” nos muestra el valor del arrepentimiento y los efectos del perdón. Porque, efectivamente, el primer paso es mostrar verdadero arrepentimiento y, el segundo, buscar el perdón de la persona ofendida (y, en última instancia, el perdón de Dios). Perdonar es un atributo divino pero es, también, un ejercicio humano. Esa actitud del “padre bueno” de no amonestar sino abrazar, de no castigar sino hacer fiesta al pecador, supera nuestra capacidad de comprensión, aunque a veces podamos captarla en toda su grandeza en conductas como la de la señora Aurelia.
La señora Aurelia pertenecía a aquella generación de principios de siglo (debió nacer en el año 1893) a quienes les había sido negada la escuela y que apenas sabían dibujar su firma en papeles que les resultaban del todo ilegibles. De Granada se trajo sus devociones católicas y un "niñojesús" con su canasto, que mantenía con fervor sobre su mesita de luz. El Evangelio llegó a su casa y tocó su corazón y ella lo abrió de par en par; poco a poco, fue dando pasos seguros en el camino de la fe. Cuando a través de la enseñanaza bíblica entendió que a Dios se le adoraba en espíritu y en verdad, arrojó al contenedor de la basura su "niñojesús", sin que fuera necesario que nadie se lo indicara expresamente.
Llevaba un año como creyente fiel, firme en sus creencias, segura en el camino emprendido, cuando un día me dijo: “Pastor, tengo que hacer un viaje muy importante a mi pueblo”. Y no tardó en explicarme el motivo. Tenía que resolver un rencor procedente de la época de la Guerra Civil. Habían pasado ya más de 30 años, pero el Evangelio había removido su conciencia. Una denuncia falsa, un enfrentamiento de familias, un odio reconcentrado y las relaciones rotas con quien, en otro tiempo, había sido vecina y amiga entrañable. Fue al pueblo, enfrentó la vieja enemistad, pidió pedón, resolvió las diferencias y regresó a su casa con la conciencia limpia y el ánimo renovado, dispuesta a seguir poniendo en práctica las lecciones que recibía desde el púlpito, con la misma actitud de obediencia como si de las Tablas de Ley se tratara.
La señora Aurelia hizo suya esa palabra que resume la esencia del Evangelio: perdón. Seis letras en las que se concentra el propósito de la venida de Cristo al mundo; dos sílabas tan solo, que reflejan el amor profundo de Dios hacia la humanidad. Sin esta palabra no podríamos entender el mensaje cristiano; en realidad, todo se reduciría a una mera declaración de buenas intenciones y la obra de Jesús perdería el sentido de trascendencia, de eternidad. Seis letras solamente y su valor supera todos los tesoros del mundo; capaz de restaurar la fe y la vida espiritual; una palabra difícil de entender y mucho más difícil de aplicar.
Pero fijémonos bien en una cosa: la palabra perdón tiene dos dimensiones. Por una parte, está quien tiene que pedir perdón porque ha ofendido a alguien; por otra, aquél a quien habiendo sido ofendido, le es solicitado el perdón. Es cierto que a veces resulta difícil perdonar, pero con frecuencia es aún más difícil pedir perdón. Bueno y necesario es pedir perdón a Dios, pero de nada sirve si antes no se busca y solicita el perdón de aquél o aquellos a quienes hemos ofendido. Pedir perdón no solamente libera la conciencia, sino que ennoblece a quien lo hace. Pero son muchos los que desconocen el valor de esta palabra.
La parábola del “hijo pródigo” y “el padre bueno” nos muestra el valor del arrepentimiento y los efectos del perdón. Porque, efectivamente, el primer paso es mostrar verdadero arrepentimiento y, el segundo, buscar el perdón de la persona ofendida (y, en última instancia, el perdón de Dios). Perdonar es un atributo divino pero es, también, un ejercicio humano. Esa actitud del “padre bueno” de no amonestar sino abrazar, de no castigar sino hacer fiesta al pecador, supera nuestra capacidad de comprensión, aunque a veces podamos captarla en toda su grandeza en conductas como la de la señora Aurelia.
(Pastor Máximo García Ruiz - España)
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