A lo largo de toda la Biblia, Dios nos da evidencias de que muchas personas tienen problemas con la ansiedad, incluso los considerados pilares de la fe. Por ejemplo, podemos deducir que el apóstol Pablo debió de haber sentido temores, puesto que el Señor le dijo: “No temas” (Hch. 18:9).
Sin embargo, el hecho de que el temor es común, no significa que es de Dios (2 Ti.1:7).
Entre las preocupaciones más comunes de la ansiedad están la pobreza, las enfermedades, la vejez, las críticas y la pérdida de un ser querido o de algo preciado para nosotros. Nos resulta difícil abandonar nuestras preocupaciones, aunque Dios dice muy claro: “No temáis” (Lc. 12:7).
¿La razón? Las preocupaciones pueden estar profundamente relacionadas con nuestra manera de pensar. A veces, tenemos patrones de pensamiento incorrectos originados en sentimientos de incompetencia, de un concepto equivocado de Dios o de un sentimiento de culpa. Además de la manera errónea de pensar, las situaciones de angustia pueden llevar al temor. Por ejemplo, alguien cuyo padre haya muerto de repente en un accidente de tránsito, es probable que tenga problemas con la ansiedad. Además, la inseguridad en la niñez puede llevar a una falta de confianza más tarde en la vida.
Cualquiera que sea la causa, la ansiedad hará que quitemos la vista de nuestro omnipotente y amante Padre celestial, y que concentremos nuestra atención en las circunstancias. No es extraño, por tanto, que Dios nos recuerde una y otra vez que no debemos temer; Él quiere que sus hijos se sientan seguros en Su capacidad y fidelidad... ¡La fe echa afuera al temor!
Sin embargo, el hecho de que el temor es común, no significa que es de Dios (2 Ti.1:7).
Entre las preocupaciones más comunes de la ansiedad están la pobreza, las enfermedades, la vejez, las críticas y la pérdida de un ser querido o de algo preciado para nosotros. Nos resulta difícil abandonar nuestras preocupaciones, aunque Dios dice muy claro: “No temáis” (Lc. 12:7).
¿La razón? Las preocupaciones pueden estar profundamente relacionadas con nuestra manera de pensar. A veces, tenemos patrones de pensamiento incorrectos originados en sentimientos de incompetencia, de un concepto equivocado de Dios o de un sentimiento de culpa. Además de la manera errónea de pensar, las situaciones de angustia pueden llevar al temor. Por ejemplo, alguien cuyo padre haya muerto de repente en un accidente de tránsito, es probable que tenga problemas con la ansiedad. Además, la inseguridad en la niñez puede llevar a una falta de confianza más tarde en la vida.
Cualquiera que sea la causa, la ansiedad hará que quitemos la vista de nuestro omnipotente y amante Padre celestial, y que concentremos nuestra atención en las circunstancias. No es extraño, por tanto, que Dios nos recuerde una y otra vez que no debemos temer; Él quiere que sus hijos se sientan seguros en Su capacidad y fidelidad... ¡La fe echa afuera al temor!